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Del juego de pelota al pádel: un hilo cultural que perdura

Desde las canchas mesoamericanas hasta las pistas modernas, los juegos de pelota reflejan la identidad, ritualidad y creatividad de los pueblos originarios de México, conectando historia y deporte contemporáneo

Los antiguos juegos de pelota mesoamericanos han sido, durante más de tres mil años, una parte central de la vida social, religiosa y comunitaria de los pueblos originarios de México. Desde Guatemala hasta Arizona, cada zona arqueológica conserva vestigios de canchas que muestran la relevancia de estas prácticas lúdicas, que combinaban técnica deportiva, ritualidad y cohesión social.

Más allá de la competencia, estos espacios eran símbolos de identidad y pertenencia, donde los habitantes reforzaban sus vínculos comunitarios y transmitían conocimientos sobre el cosmos y la dualidad de las fuerzas naturales.

La riqueza y diversidad de los juegos de pelota en México es sorprendente. El antropólogo Alejandro Olmos señala variantes como el ulama de cadera en Sinaloa, la pelota mixteca en Oaxaca, la pelota purépecha —que incluso se juega con fuego— y la rayuela rarámuri.

Cada juego utiliza distintos “rebotadores”, desde guantes y paletas hasta piedras o bastones, mostrando la creatividad y adaptabilidad de los pueblos mesoamericanos. Las piezas arqueológicas asociadas a estos juegos —yugos, palmas, manoplas, hachas— reflejan una continuidad cultural que permite a los investigadores comprender mejor el valor simbólico y lúdico de la pelota en estas sociedades.

El juego de pelota también dejó su huella más allá de América. Tras la llegada de Hernán Cortés, la introducción de la pelota de hule en Europa permitió la evolución de deportes como el jeu de paume en Francia, el tenis en Inglaterra y, finalmente, el pádel en México en 1969. Ignacio Soto Borja, cofundador del pádel, destaca que hoy este deporte se practica en cinco continentes por más de 30 millones de personas, y ha sido reconocido por el Senado de la República como un legado mexicano.

Según Soto Borja, el pádel es una prolongación contemporánea de una tradición que combina deporte, cultura e identidad.

La importancia de estos juegos trasciende lo recreativo. El etnólogo Mario Gómez subraya que las antiguas canchas eran espacios sagrados vinculados al sol, a la geometría del universo y a la dualidad de la vida y la muerte. Comprender estas prácticas permite reconocer que la función de la pelota —rebotar y mantener viva la interacción entre los jugadores— es, en esencia, la misma que la del deporte moderno: unir, enseñar y celebrar la comunidad.

En este marco histórico y cultural, la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) fue sede de la conferencia “De la cancha sagrada a las pistas de cristal”, donde expertos analizaron cómo las raíces de los juegos de pelota mesoamericanos se conectan con la práctica contemporánea del pádel. Como parte del evento, Ignacio Soto Borja donó ejemplares de su obra La historia oficial del pádel al acervo de la ENAH, consolidando la relación entre investigación académica y patrimonio cultural.