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Muere impune el criminal de guerra Henry Kissinger, a los 100 años de edad

El genocida responsable de la guerra en Vietnam y el golpe de estado contra Allende en Chile, murió sin haber pisado la cárcel.

Henry Kissinger, el hombre responsable de algunas de las decisiones más devastadoras y mortíferas de la segunda mitad del siglo XX, falleció el miércoles en su hogar en Connecticut. La firma de consultoría del infame criminal de guerra confirmó su muerte a los 100 años de edad.

Medido en términos de muertes confirmadas, Kissinger superó a muchos de los criminales más notorios de la historia reciente. Según estimaciones del historiador Greg Grandin de la Universidad de Yale, las acciones de Kissinger entre 1969 y 1976 llevaron al fin de entre tres y cuatro millones de personas. Un número impactante que incluye crímenes de comisión y omisión en lugares como Camboya, Chile, Pakistán, Bangladesh, Timor Oriental y otros.

Aunque su papel en estas tragedias debería haberlo llevado ante la justicia, Kissinger nunca enfrentó las consecuencias de sus actos. Más allá de las millones de vidas perdidas, su muerte no generará, al menos en Estados Unidos, Israel y “occidente”, el repudio que merecería. En cambio, su fallecimiento será “conmemorado en el Congreso y en las salas de redacción”, de acuerdo a la revista Rolling Stone, sin destacar la desconcertante impunidad con la que Kissinger vivió hasta sus últimos días.

La admiración de Kissinger entre las élites estadounidenses persistió a lo largo de los años, incluso cuando la evidencia de su participación en crímenes de guerra salió a la luz. Su capacidad para eludir la responsabilidad y seguir siendo un “respetado” anciano en el establishment de política exterior de Washington revela una vez más las fallas del sistema legal estadounidense e internacional.

La vida de Kissinger fue una constante refutación de la afirmación de que Estados Unidos es una nación sujeta a la ley internacional. En lugar de enfrentarse a la responsabilidad por sus crímenes, Kissinger recibió premios y honores, incluido el controvertido Premio Nobel de la Paz en 1973 por su papel en los acuerdos de paz de Vietnam.

La muerte de Kissinger destaca la cruda realidad de que Estados Unidos, como todo imperio, defiende a sus asesinos institutcionales. La impunidad con la que vivió, el respeto que recibió de líderes contemporáneos y la falta de cuestionamiento público revelan una verdad incómoda sobre la relación de Estados Unidos con sus propios crímenes de guerra.

En lugar de justicia, la vida de Kissinger fue una lección de cómo los crímenes pueden convertirse en “normales” en el curso de la historia. Su legado deja una sombra oscura sobre la ética y la moralidad de la política exterior estadounidense, un recordatorio de que incluso los más atroces criminales de guerra pueden eludir la responsabilidad cuando tienen el suficiente poder y estatus.

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